martes, 26 de mayo de 2015

Lo que no podemos controlar

Nuestro psicólogo siempre nos dice que la única diferencia entre el entrenamiento y la competición es el nombre. Es cierto que los deportistas practicamos cada día para cuando llegue el día D a la hora H poder hacer la mejor demostración de nuestras habilidades. Pero es absurdo intentar demostrar algo en competición que nunca hiciste antes en un entreno, y si lo consigues es que tienes mucha suerte o que las monedas que tiraste en Fontana di Trevi dieron resultado…

Sin embargo, del entreno a la competición también hay factores que no podemos controlar. Por ejemplo el entorno y sus condiciones.


Cubitos de hielo en la piscina

El agradable momento de "al agua patos"
patrocinado por temblores y risa floja
La fase número uno de reconocimiento cuando llegamos a la piscina de competición es comprobar la temperatura del agua. Según nuestro criterio existen diversas opciones térmicas:
a) el agua está normal tirando a fría
b) el agua está muy fría
c) el agua está congelada
d) o la opción melodramática: “vamos a tener que hacer patinaje artístico en vez de sincro”.

Así pues, normalmente, mientras dejamos las mochilas en algún lugar estratégico de la piscina, hay una de nosotras que se acerca al bordillo y mete un poco el pie a modo de termómetro. Todas las demás la miramos esperando nerviosas el veredicto… y efectivamente en la mayoría de los casos suele ser desfavorable, es decir: cara de pánico y “vamos a morir como Jack sobre la tabla de madera de Titanic”. Dudo mucho que llegue un día en el que la encontremos caliente, a no ser que se estropee la caldera o algo así.

Reconozco que solemos ser un poco histéricas con el tema temperatura y si compartimos piscina con nadadores/as o waterpolistas montamos unos shows de cuidado. Todos los entrenadores están hartos de nosotras, desde aquí un saludo a Fred Vergnoux -entrenador de Mireia Belmonte- que nos tuvo que aguantar muchos días en Sierra Nevada... El tema es que nosotras nos pasamos muchas horas seguidas en el agua y, a diferencia de otras disciplinas, llevamos nuestros músculos al límite en lapsos muy cortos de tiempo (una coreografía dura 4 minutos y un partido una hora) e inmediatamente paramos en seco durante un buen rato para recibir las correcciones. Así que nuestro músculo tiene que reiniciarse de 0 a 100 bastantes veces durante el entreno y por eso necesitamos una temperatura que nos lo facilite. Para ir bien sería entre 28°C y 29°C, cosa que tanto nadadores/as como waterpolistas consideran un caldo, mientras nosotras a 27°C “tenemos más frío que robando pingüinos” (frase prestada de la Biblia de expresiones de los gimnastas del CAR).


Escuadra y cartabón

La preparación de un salto
Una vez reconocidas las condiciones ambientales nos empezamos a familiarizar con las proporciones de la piscina, que seguro serán diferentes a las que estamos acostumbradas.

Principalmente nos fijamos en dos ítems: por un lado, en la profundidad para preparar las acrobacias ya que a veces nos colocamos unas sobre otras para propulsarnos mutuamente y si no calculamos bien podríamos llegar a tocar el suelo (cosa rotundamente penalizada con dos puntos sobre la nota global). Y por el otro observamos la longitud de la superficie para saber si tendremos que desplazarnos más o menos por la piscina.

En los primeros entrenos probamos todos los saltos y subidas que requieren medir la distancia con el suelo, es decir, las que empujan desde abajo reaprenden hasta dónde deben hundirse en esa piscina. Mecanizar estos movimientos requiere un trabajo de percepción espacial muy importante ya que cuando competimos no llevamos gafas y, como ya habréis comprobado en la piscina del camping, abrir los ojos debajo del agua es igual a: no veo tres en un burro.


Ejemplo de tarima excesiva
Otra de las variables a vigilar es la forma de la tarima por donde entramos caminando todas juntas al principio (cuidado no confundir con desfile del ejército) y su altura con respecto al agua. Algunas veces los de la organización se emocionan poniendo unas 300 escaleras para llegar a la plataforma de entrada y luego tienes que tirarte al agua en plan Superman en una prueba de saltos de trampolín…

Tengo que decir que es habitual pasar la mayor parte de los nervios encima de la tarima. Una vez saltas al agua existe una especie de magia inexplicable que expulsa tus inquietudes y todo empieza a fluir, como si pusieras play a la función que vas a representar.



No se oye la música

Comunicación por debajo del agua durante un entreno
Como sabréis o imaginareis, nunca ocho personas podrían bailar sincronizadas con la cabeza debajo del agua sin oír una misma música. Alguien se planteó esta misma incógnita hace muchos años e inventaron el fantástico altavoz subacuático, un aparato que se acopla a los bafles exteriores y nos permite seguir el ritmo de la rutina tanto dentro como fuera del agua. Pero por desgracia no todas las instalaciones pueden presumir de tener un buen equipo de música, y eso a nosotras nos hace “saltar de alegría”.

Imagínate por un momento que llevas un año entrenando tus coreografías en tu piscina (donde los altavoces suenan tan fuerte que pasas por la zona de natación y te encuentras a los entrenadores silbando la música de tu equipo). Llegas a la competición, saltas al agua, hundes la cabeza y de repente toda melodía parecida a la de tu coreografía es pura coincidencia… incluso diría más, de repente la música de tu coreografía se ha transformado en una especie de interferencias del inframundo. ¿Qué opciones hay de solucionar ese problema? Cuando la música se oye muy poco o medio distorsionada, la primera reacción es activar los oídos en alerta máxima para poder captar el ritmo como sea. Suena un poco ridículo pero a veces, cuando estamos boca abajo, hasta nos ponemos a contar moviendo los labios para que no se nos escape ningun número. Aún y así el ruido del agua, que nosotras mismas movemos con nuestro cuerpo, nos lo pone bastante difícil, por lo que directamente pasamos a hacernos señales mutuamente para marcar los tempos. Entonces una de nosotras se encarga de ir contando del 1 al 8 por debajo del agua o picar con las manos (de una forma bastante peculiar que podéis preguntar a cualquier nadadora de sincro del planeta) en los puntos clave para que nadie se pierda.



Ácido sulfúrico

Intentando controlar la posición con las demás
Y por último, llegamos a uno de los temas que más nos gustan… Que hay más reconfortante que abrir los ojos debajo del agua y sentir como si los estuvieses abriendo en una piscina de lejía? Es el clásico de las piscinas inundadas de cloro. A veces me pregunto como puede ser que algo tan nocivo y distorsionante no dé positivo en la prueba de doping... El primer día de competición todavía puedes tolerarlo (el colirio hace maravillas), pero cuando vas por el cuarto empiezas a tener un telo blanco en la mirada y a ver doble y triple por debajo del agua. Y la cuestión es que para controlar a tus compañeras y la secuencia de posiciones que marcais durante el ejercicio tienes que abrir los ojos como si no hubiera mañana. Por lo tanto no tienes escapatoria. Así pues, una vez más volvemos a disfrazarnos de super womans para poner en práctica nuestras habilidades ocultas. Y salimos tan sonrientes que nadie (excepto tú después de haber leído esta revelación) podria llegar a imaginarse el teatro que hacemos para disimular el dolor.



Ser capaz de adaptarse a todas estas circunstancias no es nada fácil, pero es fundamental para llegar a la competición con confianza y seguridad. Y por supuesto los equipos que lo consiguen son los que se desmarcan de los demás y pasan de ser mediocres a grandes deportistas.